Una ola de alegría recorre las Américas y despierta
esperanzas de tiempos mejores para la comprensión y la cooperación entre los
pueblos del Nuevo Mundo. La reanudación de las relaciones diplomáticas entre La
Habana y Washington merece ser festejada como un avance sustantivo en la
reconstrucción del equilibrio entre las naciones de Abraham Lincoln y Antonio
Maceo, prohombres que encarnaron las virtudes de la justicia, la libertad, la
solidaridad y las ansias de participación democrática.
El presidente Raúl Castro y el presidente Barack Obama han
desafiado poderosas élites radicales al interior de sus respectivos sistemas
políticos, al adoptar la valiente decisión de replantear los términos de
interrelación entre ambas sociedades vecinas. Alentados por el papa Francisco y
la mediación del premier canadiense Stephen Harper, Castro y Obama acordaron
superar el inexcusable distanciamiento arrastrado desde la Guerra Fría. El
derribamiento de los obstáculos que separan a las dos repúblicas –el bloqueo o
embargo en primer lugar– llevará tiempo y trabajo, pero la travesía ha
comenzado.
La realidad cambió desde que Cuba pretendía exportar la
revolución armada y Estados Unidos intentaba sitiar la Isla hasta su
consunción. La Unión Soviética implosionó. Washington normalizó relaciones con
la China Popular y el Vietnam por lo que su obstinación ante La Habana
resultaba más insensata cada día. El pragmatismo reemplazó al ideologismo en la
conducción de la política internacional. Hasta la conservadora Costa Rica, al
cabo de 48 años, llegó a restablecer relaciones diplomáticas en el 2009 con la mayor
de las Antillas. Latinoamérica exigió unánime que Cuba asistiera por derecho
propio a la próxima Cumbre de las Américas en Panamá. Y en esa coyuntura se
insertó el influjo positivo del pontífice romano.
“La suya es una voz que el mundo debe escuchar”, comentó
Obama en marzo último, luego de conversar con el papa Francisco en El Vaticano.
El papa escribió a Castro y a Obama instándolos a entablar el diálogo
constructivo y los lazos diplomáticos. Sigilosamente, reunió en Roma a
delegaciones de La Habana y Washington, junto con el cardenal cubano Jaime
Ortega, pláticas que prosiguieron en Canadá. Nadie se enteró de la exitosa
gestión papal antes de que los mandatarios agradecieran, casi en simultáneo,
sus buenos oficios. Es el mayor éxito diplomático logrado por la Santa Sede en
muchas décadas.
La razón acaba por imponerse en el complejo proceso de
reestructuración de los balances entre los pueblos de las Américas, por la
correlación de las fuerzas que en ellos actúan. Aunque muchos costarricenses
tengan dificultad en aceptarlo, la influencia del ALBA, CARICOM y UNASUR ha
sido determinante en este reacomodo. Los primeros pasos de la Comunidad de
Estados de América Latina y el Caribe (CELAC) constituyen factor esencial en la
reconfiguración del equilibrio geopolítico. Como expresó el presidente Castro,
“debemos aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras
diferencias”. Y el presidente Obama dijo: “Conversaremos de frente sobre
nuestras diferencias. Promoveremos nuestros valores a través del intercambio
sostenido”.
Si el contexto mundial y continental evidencia cambios
profundos, ciertamente el rol de Castro y de Obama debe ser valorado en todo su
significado. Gracias a las peculiaridades singulares de su carácter, los
gobernantes pueden influir considerablemente en los destinos de la sociedad. La
oportuna gestión del papa Francisco ha cristalizado condiciones reales y
voluntades dispuestas. El talento de los tres actores, junto con el premier
Harper, los ha enaltecido de políticos a estadistas, en bien del porvenir de
las Américas. ¿No es esto lo que enseñaba Gueorgui V. Plejánov en “El papel del
individuo en la historia”?
Es temprano aún para valorar las repercusiones prácticas
engendradas por la restaurada relación de Cuba y Estados Unidos en el Espacio
Circuncaribe y en Sudamérica. “Todos somos americanos”, dijo en español el
presidente Obama. ¿Cómo será el reacomodo de los factores en esa reorganizada
ecuación política?
Costa Rica, sin embargo, ha de replantear sus objetivos de
política exterior con miras a una elevación cualitativa de sus vínculos con la
Isla. Desde el desembarco de Cristóbal Colón nunca fueron mejores las
relaciones diplomáticas entre ambos países. ¿Disminuirán los flujos turísticos
norteamericanos aquí al reabrirse el mercado de la Perla de las Antillas?
¿Cabrá en la mentalidad de Comex la exploración del mercado cubano para la
producción exportable del país?
¿Recuperará el Estado las “quintas libertades” entregadas a compañías
extranjeras para restablecer vuelos directos a La Habana? En fin, las
oportunidades pueden ser abundantes si los buenos propósitos se logran traducir
en acciones eficaces.
Hay un motivo más de celebración en las fiestas de este
venturoso Fin de Año.
Artículo: Armando Vargas Araya
Miembro correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba
Fuente: Prensa CBSCR