Los costarricenses, usamos con frecuencia una expresión
llena de simpatía; decimos con frecuencia: “el NO ya lo tenemos seguro; ahora
debemos ir por el SI”. ¿Cómo pueden tantas personas sentirse desanimadas y
asegurar que la unidad de fuerzas patrióticas no es posible si aún no hemos
realizado un empeño sostenido y terco en la búsqueda de esa unidad? La unidad
es una tarea y un deber. Estas reflexiones están dirigidas hacia ese objetivo y
a demostrar, vaya ilusión, que esa unidad es perfectamente posible. La unidad
no puede ser un hecho casual. Deben existir presupuestos básicos que la
promuevan y la provoquen. Tampoco aparece de un día para otro. Debe generarse
en un ambiente propicio y avanzar poco a poco. La unidad tiene enemigos,
algunos desembozados y otros ocultos, agazapados.
En ese esfuerzo y en la Unidad misma, se forman alianzas que
podemos llamar estratégicas, es decir, entre luchadores y personas dispuestas a
llevar los acuerdos hasta sus últimas consecuencias. También hay aliados
coyunturales, con intereses de corto plazo y que también son importantes,
incluso decisivos. De allí la importancia de los acuerdos en torno a un
programa, de la discusión y el diálogo prolongado y honrado, sin trampas, sin
triquiñuelas, diciendo siempre la verdad. Una tarea difícil en la política
¿Verdad?
Conozco personalmente, en virtud de experiencias pasadas, lo
complejo y tortuoso que puede resultar un esfuerzo unitario seriamente
concebido. A los socialistas nos tocó, junto a un grupo de compañeros y
compañeras trabajar, al finalizar los años 70, por la unidad de las fuerzas de
izquierda en Costa Rica que entonces eran tres: el Partido Socialista
Costarricense, el Partido Vanguardia Popular encabezado por Don Manuel Mora
Valverde y el Movimiento Revolucionario del Pueblo que dirigía Sergio Eric
Ardón Ramírez. A pesar de las afinidades, el esfuerzo no pudo ser más
complicado. Pero la situación económica, social y política de aquellos años no
era, ni de lejos, tan dramática y compleja como la de hoy. Además, la Guerra
Fría impedía de antemano, en Costa Rica, que un trabajo como el nuestro se
convirtiera en una alternativa de gobierno. Cuando fue posible, como en Chile,
sobrevino el zarpazo imperial.
Ahora estamos obligados a plantearnos nuevos imperativos que
pueden resumirse en una frase: defender la Patria, lo que equivale a defender y
recuperar los valores espirituales y materiales de nuestro pequeño país. Esta
tarea constituye la base para la formulación de un Proyecto de País y un
Programa Mínimo, que sintetice la propuesta de la unidad que plantemos. Sobre
esto volveremos.
Ese esfuerzo, para madurar, avanzar y obtener resultados
prácticos, requiere un instrumento y en la vida política el único instrumento
apto para ascender al gobierno, es un Partido o una Coalición de Partidos.
Suponemos que un Partido es una organización ciudadana cuyo objetivo
fundamental no puede ser otro que la conquista del gobierno. Esto plantea un
pregunta crucial ¿Puede el pueblo costarricense
arrebatarle a las cofradías y las fuerzas corporativas el control del Gobierno
y del Estado, por otra vía que no sea la de un partido o coalición de partidos
y en virtud del triunfo en un determinado proceso electoral? Si alguien
encuentra otro método más eficiente y justo, debe plantearlo con claridad y sin
ocultarse en el consabido repudio por la política en general.
Muchas personas denigran la política como una actividad de
ladrones y delincuentes. Pero la auténtica política puede ser concebida como un
medio de formación humana y social, sin la cual ningún pueblo puede plantearse
la construcción de valores como la libertad, la justicia y la comprensión
racional de todo lo que ocurre en una nación, sean hechos públicos o privados.
Un partido político o una coalición, antes que una maquinaria electoral que
pide el voto de los ciudadanos, debe ser una auténtica escuela de formación
cívica, de instrucción política, de formación ideológica, que demuestre con
hechos y no solo con palabras, su firme respaldo a los más urgentes anhelos de
nuestro pueblo y su capacidad para actuar en consonancia con las exigencias
colectivas.
Solo hay un método para que la política no dependa de la
buena o mala voluntad de los dirigentes. Ese método es la participación
ciudadana, es decir, el involucramiento total y permanente de todos y todas, en
las decisiones estatales que nos afectan. El compromiso humano y social de la
política, no debe partir de las consabidas promesas, sino de la demostración
práctica, junto a la ciudadanía organizada, vigilante y unida, de su capacidad
para cumplir los programas y las reformas propuestas.
La participación, aun cuando ahora constituye una mandato
Constitucional, al igual que muchos nobles enunciados constitucionales solo
será posible si el pueblo la conquista y la convierte en una victoria. Es por eso que todo el empeño de esta
reflexión, está orientado a demostrar que
sin recurrir a la más amplia unidad de fuerzas sociales, la que debe
estar por encima de denominaciones coyunturales, será imposible ascender al
poder del gobierno y el Estado, convertir la participación en una norma de
vida y poner en práctica un Programa
Mínimo. Unidad no es suma aritmética, sino conjunción práctica de principios y
propuestas sociales, como aporte colectivo de todas las fuerzas aliadas, traducidas en un Programa. No es una idea
nueva.
En una reunión en el año 77, a la que invitamos para
explicarles nuestros planes a eminentes personalidades entre las que estaban
Carlos Monge Alfaro, Carmen Naranjo y Alfonso Trejos Willis, me atreví a decir
que “Pueblo Unido no era una organización de la izquierda” sino que estando
allí la izquierda, nuestro deseo era que
se convirtiera en el lugar de encuentro de los hombres y mujeres honrados, de
distintas ideologías pero dispuestas a defender a Costa Rica, derrotar la
politiquería y ejecutar un programa común. Aún recuerdo las recriminaciones
recibidas en nuestras propias filas por semejante atrevimiento ¡Decir que
Pueblo Unido no era de izquierda. Había que estar loco! Logramos la unidad de
la izquierda pero el sectarismo y el dogmatismo la hicieron fracasar como
fuerza humanista y de avance social.
Consideramos que esa vieja concepción de la unidad sigue
siendo en lo fundamental, justa. En nuestros días, no sería igual en sus
componentes, ni en sus objetivos inmediatos. La historia es dinámica. Hoy la
Unidad deberá ser aquella que sume todas
las fuerzas y clases sociales, la que provoque la potencia social y electoral
necesaria para sacar del poder al enemigo principal, a los corruptos y
entreguistas que denigran la vida política y económica, esos mismos que José
Luis Vega Carballo describe magistralmente cuando habla del poder en las
sombras. Si deseamos merecer el nombre de “pueblo”, es decir, de comunidad
humana que ha forjado a través de su historia valores y costumbres, estilos de
vida y tradiciones que nos distinguen y particularizan, debemos aferrarnos a
esa identidad y ponerla al día.
Este país está constituido por personas que piensan de
maneras distintas y cumplen funciones sociales en muchos casos discrepantes y
enfrentadas. Se trata entonces de convivir, porque esta es la Patria común. Y
solo un Programa Mínimo, derivado de un Proyecto de País, proclamado por una
sólida unidad de fuerzas patrióticas, puede delinear la manera más justa y
equitativa de lograrlo.
Nuestra reflexión no concluye aquí.
Artículo: Álvaro Montero Mejía
Fuente: CBSCR
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