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En artículos anteriores advertí que recientemente han ocurrido
cambios radicales en la configuración económica y por tanto
política y cultural del mundo. Señalé que la República Popular
China es desde octubre de 2014 la primera economía del mundo,
con un PIB de 17,6 billones de dólares, que supera los 17,4
billones del de Estados Unidos. Añadí que se vaticinaba que esto
sucedería hacia el año 2020; pero la poderosa economía socialista
se ha anticipado seis años, al punto de que el FMI calcula que para
2019, el PIB chino será de US$26,9 billones y el de
EE.UU., de US$22,1 billones
(http://www.estrategiaynegocios.net/lasclavesdeldia/756104-330/china-supera-a-eeuu-y-ya-es-primera-econom%C3%ADa-mundial).
Tengamos en cuenta que para los anglosajones un billón es mil
millones. Por otra parte, China compra sistemáticamente oro, en un
posible intento de liberarse de la hegemonía de un dólar que no
tiene otro respaldo que su valor impreso en tinta verde.2
No es sólo China quien avanza hacia el protagonismo en la economía mundial. Señalé también que entre el 8 y el 10 de septiembre de 2014 los 21 países del Foro de Cooperación Asia-Pacífico articularon la Zona de Libre Comercio Asia-Pacífica, cuyas economías representan más de la mitad del comercio mundial. Dichos países constituyeronel Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, posible contrapeso del Fondo Monetario Internacional, y China dispuso la inversión de 40.000 millones de dólares para “La Ruta de la Seda”, una red de puertos, trenes, ductos de energía y conductores de fibra óptica que conecta Rusia, Irán, Turquía, el Océano Índico, y ciudades como Berlín, Rotterdam y Venecia.
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Este conjunto de fenómenos no puede dejar de ejercer influencia en América Latina, el confín Oriental del Océano Pacífico que con el canal que se abre por Nicaragua tendrá otra vía independiente hacia el Caribe y el Atlántico. América Latina y el Caribe es la región con mayores recursos naturales del mundo en agua dulce, biodiversidad, hidrocarburos y otros rubros, con un potencial agrícola capaz de alimentar al planeta, y a diferencia de la conflictuada África, con una cultura común preponderante que va en camino de integrarla a través de organizaciones como el Mercosur, el Alba, Unasur, la Celac y otras. La demanda china ha contribuido a que el impacto de la crisis económica global no golpee con tanta fuerza a los latinoamericanos. China es el segundo socio comercial de la región, por un monto de 260.000 millones de dólares anuales, superada sólo por Estados Unidos. América Latina es un enorme mercado. El intercambio comercial con ella se ha decuplicado en diez años, y Pekín planea que en la década venidera alcance los 500.000 millones de dólares.
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El proyecto de Estados Unidos de imponer el Alca terminó en estrepitoso fracaso en 2005. No sucede lo mismo con el Foro ministerial entre China y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), reunido en Beijing el 8 y 9 de enero, mientras escribo estas líneas. Estados Unidos y Canadá están fuera de la colosal alianza de 33 países que en estos momentos define los lineamientos de sus relaciones comerciales con la nueva primera potencia economía del mundo. Ésta ha puesto a disposición de los países de la Celac un fondo de 35.000 millones de dólares, cuyas modalidades de inversión se definirán en el Foro.
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Venezuela, por su parte, dispone desde 2008 de créditos de China por unos 50.000 millones de dólares, que paga con 524.000 barriles diarios de hidrocarburos, cantidad que espera duplicar para el año próximo. Numerosas empresas y empresarios del país asiático se han entrevistado con el presidente Maduro durante su visita a a Beijing. La presencia asiática es un hecho tan irreversible para América Latina y para Venezuela como para el mundo.
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Las nuevas inversiones no deben confinarnos a la monoproducción exportadora dependiente. No deben imponer Tratados de Libre Comercio que nos prohíban defender nuestra ecología y proteger nuestra agricultura e industrias. No debemos conferir a los inversionistas ni inmunidad tributaria ni impunidad ante los tribunales locales ni Zonas Francas donde se suspendan leyes laborales y sociales. A nosotros nos toca fijar las condiciones de esa presencia, evitando los errores del pasado.
Articulo: Luis Britto Garcia
Fuente: Aporrea
http://www.aporrea.org/