Crónica de una caravana de solidaridad con los pobladores
del caserío Battouma, encaramado en las alturas del monte Kroumirie, al
noroeste de Túnez, donde la gran miseria no excluye una cierta dignidad.
Éramos unos treinta voluntarios, mujeres y jóvenes en su
mayoría, una representación espontánea, por así decirlo, de las fuerzas
sociales que asumieron con valor la batalla de la insurrección popular
(Intifadha) junto a los trabajadores, la cual culminó el 14 de enero 2011pero
ha quedado inconclusa hasta hoy.
Desde el valle al monte, siguiendo huellas de la Historia
La iniciativa para la caravana de solidaridad fue a cargo de
asociaciones civiles y la popular cadena Attounissia TV después de su reportaje
acerca de una pequeña aglomeración hundida en la pobreza extrema, olvidada
entre los olvidados en las montañas del país donde se había entrevistado
también a un joven alumno de primaria, emisión seguida en la pantalla por miles
de nuestros conciudadanos conmovidos hasta las lágrimas. Esta modesta acción
solidaria iba a llevar ayuda en productos comestibles no perecederos, ropa de
todas las tallas, colchones, mantas, sin olvidar otros alimentos esenciales
como libros de cuentos al alcance de todas edades escolares para estimular el
placer de leer y el sueño de estos escolares desocupados en el verano, los que
quedan sin acceso alguno a las colonias de vacaciones al borde de mar.
Douar Battouma está poblado por cerca de cuarenta familias,
es un caserío encaramado en las alturas del Monte Kroumirie, a unos 200 km al noroeste de Túnez
la capital, cerca de la frontera con Argelia. Bajo un cielo despejado, con los
primeros calores del verano, cruzamos los llanos segados de color amarillento
después de la cosecha de trigo y el regreso del forraje, salvo en algunas
aéreas donde los rezagados siguen ayudados por un grupo de mujeres vigorosas
que levantan hacia atrás enormes gavillas repletas de heno.
Era la región del famoso granero de Roma luego de la
destrucción de Carthago. Al pasar por los vestigios erguidos de Bulla Regia,
surge en la mente la antigua ocupación romana de Túnez, país entonces llamado
Ifriqya (nombre originario que luego pasó a ser África para todo nuestro
continente). En realidad, desde hace más de tres mil años, por estas amplias
llanuras fértiles y las majestuosas montañas al horizonte, habían desfilado
tantas invasiones y colonizaciones saqueando y explotando esta tierra generosa
expuesta a la codicia foránea por su posición geoestratégica y sus vulnerables
costas mediterráneas demasiado abiertas. Nuestros pueblos originarios, nómadas
y sedentarios, Imazighen y judíos, semitas todos, habían convivido en harmonía
por miles de años antes de ser subyugados, entrar en rebeldía, derrotar a los
invasores, perder batallas, fomentar sublevaciones victoriosas recobrando su
poder, pasar de nuevo largas noches de indignidad, acumular nuevas fuerzas para
seguir la lucha liberadora hasta nuestros días. Por estas tierras que todavía
nos alimentan se ha derramado tanta sangre y se ha cometido hasta un genocidio
de nuestros pueblos originarios Imazighen de los cuales hoy solo quedan como
escapados en refugios algunos miles de pobladores invisibilizados sobreviviendo
en partes montañosas hacia donde viajamos ahora y en otras remotas regiones
desérticas del sureste del país.
Como parte de nuestra historia trágica, mencionamos
rápidamente una verdadera cadena de invasiones: los Canaán (llamados Phénicios
por los griegos) provenientes del norte del Líbano (hoy Tyr) antes de la era
cristiana (-1101) fundaron más tarde (-814) Carthago. Luego la invasión romana
y su ocupación del territorio (-123 hasta final del siglo IV de la era actual).
Siguieron las invasiones de los Vándalos (430) y los Bizantinos (533). A
mediados del siglo VII llegaron desde la península arábica los invasores de
turno, hordas famélicas y sedientas de sangre, con pretexto de difundir una
nueva religión monoteísta, el Islam. Entre estos conquistadores y los pueblos
Imazighen la lucha ha sido permanente: los primeros tratando de imponer su
dominación (arabizando e islamizando) por extensión abusiva y guerrera de la
noción de ‘Jihâd’ -otrora limitada a su territorio propio de Arabia- en toda la
región del norte de África; los segundos resistiendo generación tras generación
hasta su agotamiento por holocausto en Túnez mientras siguen constituyendo gran
parte de los pueblos de Argelia y Marruecos –mal llamados “Berberes”, una
connotación racista de los griegos y romanos. A mediados del siglo XVI, los
colonizadores árabes y sus territorios propios fueron ellos mismos sometidos
bajo el imperio otomano. Túnez entonces pasó a ser un reinado turco con la
dinastía turca de los Bey la cual beneficiaba de una semi-autonomía en relación
con el Sultán en Istambul. Una vez
derrotado y fragmentado el imperio otomano, bajo el pretexto de haberse quedado
ahogado con impagable deudas con Francia, el Bey de Túnez firmó en 1881el
tratado de sumisión al nuevo poder colonial bajo el eufemismo de “protectorado”
francés. Luego de generaciones de resistencia y rebeldía del pueblo, se logró
en 1956 una independencia formal que facilitó la destitución del reinado
beylical con la proclamación de la
Republica tunecina dentro del nuevo contexto neocolonial
europeo en África.
Volviendo al curso de nuestro recorrido, con el desfile del
paisaje y la mente repasando nuestra historia, salimos del llano y seguimos
cuesta arriba con virajes apretados.
Estando a mediados de junio, los ríos ya se han secado dejando presagiar
dolores de cabeza para los habitantes de la región. Llegamos al pueblecito de
Fernana donde dejamos el camión cargado con donaciones. Una asociación civil
local se ha encargado de su posterior
distribución en el caserío de Battouma. Subiendo la cuesta, nos sumergimos en
la sombra dulce y refrescante del bosque de roble y a continuación pasamos por
un olivar frondoso. A los pocos kilómetros, de repente el joven chofer de
nuestro bus anunció el fin de la carretera y nos animó con chistes a subir a
pie a lo largo de una áspera colina. Nos lanzamos bajo un fuerte sol a través
de los arbustos, chumberas con amenazantes espinas, pisando una tierra rocosa y
de barro seco. Cruzamos un riachuelo con residuo de agua fangosa gris que los
residentes -animales también- a veces se ven obligados a beber…
En su imaginario, a lo largo del viaje, este pasajero se ha
dejado también llevar por una proyección de Douar (caserío) Battouma y su gente
a través de las escenas de Luis Buñuel, como “Las Hurdes” y “Los olvidados”.
Sin embargo, los hombres flacos que llegaron a nuestro encuentro para guiar
nuestros pasos mientras subíamos la cresta, rápidamente disiparon estas
fantasías. Contestaron con pocas palabras nuestras preguntas apresuradas
relacionadas todo a la vez con sus recursos económicos, la cuestión crucial del
agua, la ausencia de servicios de salud, el recorrido de los escolares que
caminan de madrugada y sin desayuno hasta 10 km hacia el pueblecito donde está ubicada la
escuela. Preguntamos acerca del clima invernal con nieve y la tragedia cuando
ésta se derrite creando inundaciones en la primavera, con la crecida del rio
bajo intensas lluvias que inundan las chozas, alguna que otra mujer que dio a
luz a mitad del camino hacia el pueblo: A semejante avalancha de preguntas, los
hombres con voz baja, verbo lento y rostro neutro, nos han introducido de buena
gana en su universo escondido, pintando un cuadro muy diferente al descrito por
Buñuel.
La frontera interior
Dejar Túnez, la capital, para dirigirse a Douar Battouma
enganchado a lo alto de la cadena montañosa del Kroumirie es una manera de
cruzar una frontera interior adentro del mismo
país, unos parajes de la desesperación. Alguien dijo: “¡Es
como Somalia!”.
Algunos niños vienen corriendo a nuestro encuentro mal
vestidos, descalzos o mal calzados, cubiertos de polvo, cabellos cortados
cortos para los niños, las chicas con pelo suelto espeso, caído como cuerdas
flojas. La escasez de agua conspira contra la higiene personal. Su mirada
apagada se dirige lo mismo a nosotros como hacia nuestras mochilas o bolsas en
las manos.
Algunos visitantes distribuyen golosinas a los niños. Una
multitud se concentra frente a una especie de choza de barro, grava y ramas que
sobresalen a manera de techo. Un hombre
pequeño sentado en el umbral, viejo y maltrecho, da la bienvenida con una voz
apenas audible. Debe uno inclinarse para evitar golpearse la cabeza en la
entrada y hasta el centro de este exiguo espacio oscuro. Una especie de cama,
único mueble, yace sobre un piso de tierra. Una mujer anciana muy flaca,
jorobada, cubierta con una tela descolorida nos recibe y nos aprieta la mano
largamente agradeciendo nuestra visita. Ella no habla siquiera de sí misma
aunque se sostiene apenas de pie, pero
dirige nuestra atención hacia aquel hombre sentado en el suelo delante del
umbral, lamenta que él no puede dormir a causa de mucho dolor. En la oscuridad,
ella empuja con gesto incierto un interruptor en el extremo de un hilo colgado
de una rama seca, nos alumbra con una tenue lámpara.
A medida que progresamos hacia las alturas, semejante chozas
aparecen dispersas, ocultas por arbustos. Mujeres delgadas de pie con un bebé en los brazos,
nos miran fijo, tímidas y curiosas. Poco a poco, visitantes y lugareños se
mezclan en animadas conversaciones. Los grupos de edad aparecen con claridad:
niños y adultos cada vez mayores; no hay rastro de adolescentes o jóvenes.
Ambas categorías han probablemente migrado en busca de trabajo: Mientras las
jóvenes actuarían como criadas al servicio de familias urbanas de la capital y
otras ciudades; los jóvenes se refugian en zonas costeras como jornaleros, a
menos que por desespero deciden retar la muerte al cruzar el mar hacia Sicilia
en barcas de pescador. En el país, al igual que en África del oeste, se cuentan
por varios miles los jóvenes migrantes desaparecidos, ahogados en el mar. Se
estima a más de 25 000 jóvenes los que han emprendido esa vía marítima de
escape de la miseria. Mientras unos 2 000 hombres en edad laboral han sufrido
un lavado de cerebro en mezquitas a mano de los salafistas integristas para
luego ser enrolados como mercenarios en Siria por cuenta de la OTAN.
Pequeño Yacine, héroe a su pesar
Millones de telespectadores de la cadena Attounissia han
podido observar a éste pequeño alumno de once años, enclenque, tímido o más
bien intimidado por el repentino interés nacional del que ha sido objeto. Su
nombre, Yacine. Es efectivamente su frágil aparición tan conmovedora en la
pequeña pantalla la que provoca ésta sorpresiva visita de solidaridad, aunque
sin saberlo nuestro tumulto bullicioso esté desgraciadamente lejos de ser en su
favor.
De hecho, varias familias y otros niños alrededor se han
mostrado especialmente envidiosos. A la vez, adultos le reprochan haber atraído
tanta luz cruda focalizada hacia la situación de pobreza extrema del caserío,
como estigma. Este resentimiento no está relacionado con algún sentido de
vergüenza, sino refleja más allá de la pobreza un último gesto de
reivindicación de su dignidad humana. Es
así como el pequeño Yacine se ha voluntariamente encerrado en la choza
familial. Tuvimos que ir a buscarlo. La mirada casi temerosa, nos da la
bienvenida en un susurro. Sus padres están ahí, orgullosos de los logros
académicos del niño y de sus dos hermanas más jóvenes.
Estos escolares ejemplares han recogido año tras año un
verdadero acopio de Certificados de Excelencia a pesar de su evidente
desnutrición, las largas distancias a pie recorridas todos los días llenas de
peligro como cuando son acosados por animales salvajes. También en el invierno
sin ropa adecuada enfrentan el frío cruel y la nieve; mientras en la primavera
el derrite de la nieve junto con lluvias intensas provoca inundaciones y
crecida del río. El padre de Yacine no tiene trabajo remunerado, ya que al
igual que sus vecinos sobrevive tratando de arrancar algún nutriente de una
pequeña parcela de la pendiente y por lo tanto no tiene recursos financieros.
Sin los medios para pagar el equipo
escolar de sus otras cinco hijas mayores, el padre se vio obligado a que ellas
abandonen la escuela a pesar de su buen rendimiento académico. Esto es todavía
el riesgo que pudiera pasar para Yacine (le falta un año para finalizar la
primaria) y sus dos hermanas menores. Cuando se le preguntó qué quería hacer en
el futuro, Yacine respondió con una luz en sus ojos: “¡Quiero ser médico para
ayudar a los míos... e incluso a ustedes también, si quieren!”. Una de sus
hermanas menores expresó el mismo deseo. ¿Acaso podemos permitir que semejante
semilla de Hubris pueda llegar a perderse? Al instante, me atravesó la mente
imagen de estudiantes africanos en la Escuela de Medicina del ELAM*…
En la siguiente choza, la tía abuela de Yacine nos reclama.
Desdentada, mirada ojerosa, columna curvada, aparece como visión borrosa en la
oscuridad, avanza pies descalzos sobre el piso de tierra: de tanto caminar así
se había convertido la planta ensanchada y endurecida de sus pies en una suerte
de suela natural. Su esposo, 71 años de edad, según dijo, pero parece una edad
mucho más avanzada, tiene dificultad al ponerse de pie apoyándose en su bastón.
Dice que ha trabajado durante muchos años como jornalero en el bosque de
Tabarka por unos centavos al día. Con todo, él y su esposa se aferran
desesperadamente a la vida compartiendo su choza con una vaca que dice haber
“alquilado” en cambio de su mínima parcela de tierra…
No es necesario haber leído a Marx ni siquiera ser militante
de izquierda para captar aquí lo esencial siendo una ciudadana y un ciudadano
despiert@ y honest@. La pobreza no tiene nada de natural. Es un subproducto a
consecuencia de la acumulación de riqueza. La miseria hace del pobre un ser
deshumanizado. Es especialmente importante para los que no padecen de hambre
evitar ser atrapados por las seudo-verdades y las sentencias solemnes que
tienden a hacernos creer que los pobres lo son por una voluntad divina y que el
paraíso les está abierto mientras que ellos viven el infierno sobre la tierra.
La lucha contra la pobreza es una falacia gubernamental en tanto que trata de
ocultar las raíces del mal: el polo de la riqueza, exclusiva y excluyente.
Alcanzar un umbral de pobreza, o, peor, una degradación aún por debajo, es una
condición social, un proceso continuo de pauperización que se agrava sin piedad
y perdura por numerosas generaciones. Mientras en el polo opuesto, la riqueza a
veces se logra -¡cual milagro! - en el lapso de una sola generación (sobre todo
en países corruptos del Sur): se dice entonces con gloria que la “¡suerte sonríe!” a los pocos
afortunados. De hecho, como se sabe,
para llamar a las cosas por su nombre, la esencia del problema reside en la
injusticia social con una distribución fuertemente desigual de la riqueza
nacional, dejando al extremo el caso de los olvidados del todo y de todos.
Los pobladores del caserío de Battouma, para quienes la vida
no vale nada, nos llenan de un profundo sentimiento de humildad. En su
silencio, en su miseria oculta, en su desespero cuestionan lo mucho como lo
poco que uno puede tener. Es preciso que la insurrección popular inconclusa,
desviada de su rumbo vuelva -como hoy en Egipto- a retomar la senda de la
rebeldía para hacer triunfar con propiedad algo básico acordado como Derechos
Humanos Universales: por ejemplo, satisfacer las necesidades básicas de estos
pobladores en situación de marginalidad social y total abandono, desposeídos de
sus mínimos derechos ciudadanos. Actuar de forma consecuente para que ellos y
muchos otros más recuperen el simple derecho a la vida, la seguridad física, la
seguridad alimentaria, la seguridad de una vivienda decente, la educación, la
salud, la seguridad de un empleo, fuente de dignidad, la adecuada protección de
su medio ambiente, todo cuanto es derecho esencial por incluir en la nueva
Constitución nacional tunecina. Dicho de
paso, ésta nueva Carta Magna, al cabo de año y medio de tergiversaciones en el
seno de la asamblea constituyente, todavía está sujeta a miserable chantaje e
infinitas trampas, transacciones impuestas por unos usurpadores
seudo-islamistas ajenos a las luchas del pueblo y sus anhelos. Finalmente, al
igual que acaban de sufrir un fracaso rotundo e histórico en ese mismo intento
en Egipto, la misma suerte los acecha en Túnez.
Mientras tanto, los miles y miles de Yacine y sus familias
siguen en el olvido, marginalizados, excluidos, desposeídos de sus derechos
humanos y ciudadanos más elementales desde tantas generaciones, hundidos en la
cultura inducida de la desesperación. Esta negación de derechos humanos es
violación y violencia sufridas, todo a la vez, lo cual transcurre bajo nuestros
ojos: resulta una verdadera e intolerable negación de su humanidad. En todo
caso, lo que a menudo se opaca por escotoma y obliteración político-ideológicos
por parte del poder dominante es que la inhumanidad sufrida, impuesta por
otros, vuelve con efecto boomerang, deshumaniza a los que la provocan, la
imponen o la toleran de una manera u otra.
Dicho en claro, estamos en deuda con los Yacine y sus familias en
situación de pobreza o pobreza extrema. En última instancia, se trata de actuar
aquí y ahora por salvar su vida y su dignidad humana con el fin concomitante de
salvar a la vez la nuestra dignidad, mientras sea tiempo.
En Túnez la insurrección popular de la dignidad o Intifadha
el karama esgrimió la consigna de "Trabajo, Libertad y Dignidad
Nacional", esto significa claramente: no hay paz social sin justicia
social, no hay libertad sin derechos humanos universales para los ciudadanos y
ciudadanas en toda equidad y, por supuesto, no hay ni puede haber dignidad
nacional sin una Patria para Todos.
Artículo: Rashid Sherif
Fotos: Capturas de pantalla de la emisión de "Yawmiyet
Mouwaten" en Attounissia TV.
Fuente: Multilingual blog
* ELAM, en Cuba y Venezuela: Escuela LatinoAmericana de
Medicina. Mientras seguía viviendo en el exilio, el autor con toda modestia
tuvo el honor de haber participado activamente desde el inicio en la
elaboración de los planes organizativos del ELAM en Caracas.
NOTA: Artículo recién publicado inicialmente en idioma
francés por el autor en Túnez con una amplia repercusión a través del diario
“Le Temps” y la pagina web “Kapitalis” (algo parecido a Aporrea). La presente
traducción en idioma castellano ha sido elaborada gentilmente por Purificación
de la Blanca. A
la vez, ha sido revisada y en parte ampliada por el autor para mejor orientar
lectoras y lectores de habla castellano en cuanto a los contextos pasados y
actuales de Túnez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario