En nuestro artículo
anterior llamábamos a reflexionar todos, hombres y mujeres preocupados por la
grave situación que atraviesa Costa Rica, en torno a las tareas que juntos
debemos emprender para recuperar las conquistas democráticas hoy amenazadas y
darle a nuestra Patria el camino ascendente y promisorio que merece.
Pero una pregunta se
repite con insistencia ¿Por qué hemos llegado a esta situación? ¿Por qué
estamos detenidos como frente a un callejón sin salida? Tenemos una primera
respuesta de la que todos somos conscientes: Porque nos hemos desunido; porque
nuestros enemigos han sido más inteligentes que nosotros y mantienen nuestras
fuerzas dispersas.
Pero quisiéramos
continuar adelante en la búsqueda de alternativas. Porque cada uno de nosotros
trae una mochila cargada de experiencias buenas y malas. No se trata de
ponerlas todas sobre la mesa sino de usarlas como una reserva para la visión
crítica con que debemos enfrentar el presente.
Cuando en repetidas
oportunidades hemos hablado de unidad de fuerzas, partimos del criterio de que
los posibles aliados tenemos puntos de vista diferentes y muchas veces
discrepantes en torno a aspectos determinantes de la realidad nacional e
internacional. De modo que si cada uno se aferra a los planteamientos y convicciones
que constituyen su reserva de principios, difícilmente avanzaremos. Pero al
mismo tiempo, no tenemos derecho a pedirle a nadie que renuncie a sus
convicciones. Pero sí podemos proponernos debatir, hasta encontrar los
objetivos o tareas que hagan posible empeñar el esfuerzo común de definir y
derrotar al enemigo principal.
No hablamos por hablar.
Si en nuestro pequeño país, las distintas corrientes del pensamiento social
costarricense han sido directamente responsables de las grandes reformas y transformaciones
logradas a lo largo de su historia y muy particularmente en la segunda mitad
del siglo XX ¿Por qué entonces insistir en lo que nos separa y no en lo que nos
une? ¿Qué fuerzas o qué intereses se habrán propuesto evitar que esas mismas
corrientes transformadoras realicen un esfuerzo real de convergencia para
recuperar lo que se ha perdido o más bien, lo que intentan arrebatarnos la
corriente neoliberal y los grandes intereses corporativos? ¿Vamos a permitir
que sigan haciendo de las suyas, pervertir la política, cerrar periódicos o
espacios de libre opinión, convertir los valores en mercancías y cambiar votos
por dinero? ¿Terminarán por convencernos que nada podemos hacer, que la Patria
dejó de ser nuestra y que debemos aceptar sin chistar, que hagan con ella lo
que les venga en gana?.
En ocasiones recientes el
pueblo costarricense dio muestras de su enorme capacidad para sumar su empeño
moral y cívico en torno a las tareas que eran concebidas como apremiantes y
urgentes. Debemos recordarlo tercamente.
La conciencia nacional
contra el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, constituyó una
abrumadora mayoría que no se manifestó en las urnas del referéndum, por la
campaña de terror y presión psicológica a que fueron sometidos millares de
obreros y trabajadoras en las zonas industriales y en las comunidades del país.
Pero una buena dosis de esa conciencia no se ha disipado.
El problema con la
conciencia cívica es que si no se conserva a través de métodos organizativos y
didácticos que la conviertan en una fuerza de cambios reales, igual que la
energía material, se transforma; sólo que en frustración y desánimo. Tampoco se
trata de insistir en una división artificial o mecánica entre los que
estuvieron a favor o en contra del TLC. En el esfuerzo común que nos urge,
cabemos todos. La crisis reciente, de la que aún no salimos, se encargará de
demostrar la dimensión del error a que fue inducida la significativa porción
del pueblo costarricense que votó por el sí.
Aunque preferiríamos un proceso
que unifique personas y no grupos y organizaciones, en los esfuerzos unitarios
resulta inevitable la presencia de sindicatos, comités patrióticos, cámaras
empresariales o partidos políticos, que aspiran a aportar el peso específico de
su representación social. De igual modo, las fuerzas sociales y políticas
susceptibles de aliarse, están compuestas por seres humanos, es decir por
personas cuyas tradiciones políticas, hábitos, percepciones intelectuales,
simpatías o antipatías, amistades o resentimientos, dificultan o favorecen estos procesos.
También tenemos valoraciones, prejuicios y reconocimientos, con respecto a las
personas con quienes debemos trabajar para encontrar el camino de la unidad.
Como no se trata de
incursionar en la psicología, comprendemos que la unidad de fuerzas alrededor del qué hacer, es un ejercicio en
dos dimensiones: la primera es un ejercicio de tolerancia, honradez y buena
voluntad. La segunda, es debatir hasta encontrar las tareas que se conviertan
en un programa con propósitos comunes. Como ya no hay tiempo, debemos comenzar
ahora mismo.
Primero las preguntas;
luego las respuestas. Continuaremos en el intento.
Artículo: Álvaro Montero
Mejía
Fuente: CBSCR
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